¿Por qué el storycaring ya existía?
Es festivo en Barcelona. Cuando empiezo a escribir este artículo, un niño pasea por la calle con su bicicleta. Tendrá unos cuatro o cinco años. Creo que no más y lo creo por el tono de su voz. No sé qué habrá desayunado pero ahora mismo, si quisiera, llegaría a otro planeta con su energía. De repente, estalla a llorar. Sospecho que se ha caído. El silencio desaparece y me pregunto si todos los vecinos estarán como yo, en la ventana, pendientes de ese pequeño que quería ganar una carrera en la que solo participaba él. Su padre llega corriendo y lo coge en brazos. Entonces le dice todas esas frases que ya sabemos y que también nos han dicho a nosotros cuando éramos pequeños (o incluso no tan pequeños). No ha sido nada, enseguida se pasa, ya está. El niño no lo tiene claro pero su padre se encarga de recordarle que no puede tener miedo porque se haya caído una vez. Al cabo de unos segundos, el niño vuelve a pedalear y yo a sonreír.
Estamos rodeados de personas que nos cuidan, incluso cuando no las vemos. Nuestros padres desde antes de nacer, abuelos, hermanos, parejas, amigos o compañeros de trabajo. Pero también los técnicos que vienen a casa cuando se estropea la calefacción en pleno invierno. La frutera que nos vende las mejores manzanas. El cantante que pone su voz para hacernos un poco más felices a través de una canción. El coronavirus ha hecho que nos demos cuenta y valoremos el esfuerzo de aquellas profesiones que estaban un poco olvidadas. Los sanitarios, los policías, los conductores de transportes públicos, los profesores, los dependientes… Todos ellos (y los que me estoy dejando) nos cuidan. Por cierto que, la palabra cuidado procede del latín cogitatus, que significa pensamiento. Es curioso, ¿verdad? O por lo menos inesperado pues la primera imagen que visualizamos al escuchar este concepto está más relacionada con la acción y no tanto con el pensamiento. Pero tiene sentido. En cualquier profesión relacionada con los cuidados, primero se piensa y luego se hace.
Precisamente, pensar es lo que hemos hecho durante el confinamiento. Pensar quiénes éramos y qué queremos ser, como han hecho algunas marcas. También hemos dejado de viajar hacia fuera para viajar hacia dentro, hacia uno mismo. Ahora nos conocemos un poco más. Nuestras vulnerabilidades y miedos, que aunque los escondiésemos, los teníamos. Queremos reconciliarnos con la naturaleza y demostrarle que hemos aprendido de los errores que cometimos. Nos agota pensar en el futuro a largo plazo porque hemos descubierto que el día a día está lleno de magia. Han cambiado nuestras prioridades y nuestro ritmo. No es que vayamos más despacio, es que ahora nos dejamos llevar por lo que realmente importa. Por ejemplo, pasar más tiempo unidos, juntarnos aunque no haya nada que celebrar y celebrar que estamos unidos. ¿No es este círculo lo mejor que nos podía pasar?
Marcas que nos cuidan
Lo que al principio nos daba miedo, ahora supone una oportunidad para reinventarnos aunque todavía hay muchas dudas sobre la mesa. La incertidumbre parece que se quedará entre nosotros. Ya hemos hablado en este blog del cambio más que necesario del Storytelling al Storydoing pero hace unos días, escuché un nuevo concepto de Bisila Bokoko que me pareció interesante. Bisila, por cierto, es una de las mujeres más influyentes en el mundo de los negocios en América y fue Directora Ejecutiva de la Cámara de Comercio España-EE.UU en Nueva York durante 7 años. Pues bien, el concepto que ella mencionó y recomendó fue el de Storycaring, con el que las marcas priorizan el cuidado de las personas.
Seguramente, este concepto ya se estaba poniendo en práctica antes. Al fin y al cabo, cuando una marca toma acción es porque quiere contribuir al cuidado de la sociedad y sabe que, aunque sea con pequeñas acciones, lo puede lograr. De hecho, no creo que sea incompatible con el Storydoing. Al final, son dos formas de decir lo mismo y recordarnos que la clave siempre es el compromiso de las marcas auténticas, honestas y humanas.
Y es que un manifiesto no sirve de nada si no se practica y los valores se desvanecen si no se demuestran. Quizá ahora, lo que vale más que mil palabras es un paso hacia delante. Aunque solo sea uno pero que abra un largo camino por recorrer.
Después de todo lo que ha ocurrido, las marcas deben ayudar a la sociedad a reconstruirse. No basta con mandar mensajes como “unidos saldremos adelante” o “todo irá bien”. Necesitamos que piensen cómo pueden apoyar la reactivación de los sectores más importantes de la sociedad civil o cómo pueden impulsar el comercio minorista físico o la industria hotelera, por ejemplo. Y lo mejor de todo es que lo pueden hacer porque tienen la creatividad, las capacidades digitales, el alcance y la voluntad de conectarnos.
En estos tiempos tan frágiles, son estas marcas las que consiguen que las personas se sientan más acompañadas y seguras, capaces de todo. Como el niño que aprende a ir en bicicleta pero sabe que su padre está ahí, para cuidarle.