El origen de Tomando Conciencia
Hace muchos años que debería haber escrito este artículo. Siempre me ha costado ponerme delante de una hoja en blanco, me da vértigo, sobre todo si tengo que escribir a corazón abierto. Durante el confinamiento he tenido tiempo de mirar por el retrovisor, buscar fotografías que tenía casi olvidadas y reflexionar los motivos por los que empezó Tomando Conciencia, ya que son muy pocos los que verdaderamente los conocen. Así que aquí estoy, emocionado porque hoy más que nunca tengo la necesidad de compartirlo, recapitular y escribir a conciencia.
¿Empezamos?
A principios de octubre de 2004, cuando tenía 29 años, decidí dejarlo todo para escapar de mi propia realidad. Lo más jodido es que estaba viviendo mi propio sueño, lo que siempre había querido. Entre semana, curraba de traje y corbata en el departamento de marketing de Endesa y el fin de semana me sumergía entre los surcos de los vinilos de una discoteca llamada SET59 que lo petó a finales de los 90 en Barcelona. Y os preguntaréis… ¿por qué decidiste marcharte? Pues porque a pesar de tener todo lo que había soñado, ya no lo disfrutaba y me agobiaba pensar que dedicaría toda mi vida a la gente de la luz o al mundo de la noche. Me sentía pobre porque no encontraba la felicidad.
Así que, en un consejo de administración donde estaba mi familia presente, en un momento de sinceridad absoluta que me salió del alma, les dije: “No aguanto más, me voy”. Mi tío, absorto, me miró a los ojos y me preguntó “Pero…¿y qué vas a hacer? “No tengo ni idea”- le respondí. Así es como empezó una alocada aventura sin rumbo ni destino y con un simple objetivo: conocer lo desconocido y desaprender lo aprendido. Un viaje de dos años donde tuve a dos compañeros inseparables: mi mochila y una pequeña Pentax digital que me ayudó a descubrir el punctum de la fotografía. Solo y desconectado desaparecí, ya que en aquel “lejano” entonces no existían los smartphones ni las redes sociales.
Khaosan Road, el punto de partida
Es la zona zero donde empezó Richard, el protagonista de La Playa, y todos los mochileros que quieren conquistar el sudeste asiatico. Estaba claro que yo no podía ser menos.
Nunca antes había viajado solo y estaba asustado. Tenía la sensación de saltar al vacío, sin planes, sin red y sin compañía. Pero poco a poco me fui encontrando cómodo conmigo mismo y descubrí la paradoja de que viajar solo es la mejor manera de conocerte y que te conozcan.
Viajé hacia el norte y, una noche, en una aldea perdida en la tierra del millón de arrozales, les presté mi Ipod a unos niños. Jamás olvidaré su expresión cuando escucharon música por los auriculares como por arte de magia.
Crucé la frontera de Laos para buscar refugio espiritual en Luang Prabang y en un autobús rumbo Hanoi conocí a Steve, un inglés con el sonido de Bristol en sus venas. Con él, recorrimos a dos ruedas todo el litoral de Vietnam hasta llegar a Saigón. Sobrevolamos el Delta del Mekong para conocer las dos caras de la maltratada Camboya: los espectaculares templos de Angkor Wat y a los Khmers Rouges, autores del genocidio camboyano, una de las atrocidades más importantes del SXX.
Hablando de desgracias, ¿recordáis que pasó el 26 de diciembre de 2004?… ¡EL TSUNAMI! Estuve muy cerca de ser uno de los personajes que inspiró la película “Lo Imposible” de JA Bayona, ya que cinco días antes estaba haciendo submarinismo en las Islas Phi Phi. Mis abuelos habían fallecido las Navidades anteriores y decidí que tenía que volver para estar cerca de mi familia. Siempre he pensado que la “Iaia Carmen i l’Avi Daniel” me salvaron la vida y aprendí una lección vital: nunca olvides a tu familia, por muy lejos que esté.
Sudamérica. El continente donde tomé conciencia
Celebré mi entrada a los treinta y tantos por todo lo alto, bailando al ritmo de Carlinhos Brown en los blocos de carnaval de Salvador de Bahía y tomando Capeta, la bebida del Diablo, hecha con leche condensada, guaraná, canela en polvo, vodka, piña y cualquier cosa que esté en mano. Brasil es “Belesa”, una mezcla de Calma, Paz, Amor y Alegría. Perfecto destino para conocer a gente alegre, donde las fiestas se improvisan bailando a ritmo de Berimbau en las melhores praias do mundo.
Tres meses más tarde y siempre rumbo al sur, llegué a La Boca de Buenos Aires y crucé el Mar del Plata, dirección Montevideo. Ahora, encarnado en Oliverio, el protagonista del “Lado Oscuro del Corazón” en busca de una mujer capaz de “volar”. Fracasé, pero 6 años más tarde la encontré aterrizando en el aeropuerto de Barcelona y ahora es la madre de mis hijos. ¡Disculpad que me he ido! Aterricemos.
Estaba en la República del “Che”, donde visité su casa en las sierras de Córdoba y me perdí en el Valle del Wachuma y la Luna. Crucé hacia Bolivia y conocí ese pueblo indígena que no olvida ni perdona a mis antepasados conquistadores, ni a los chilenos por robarles el mar. De ahí volé a Colombia, el único vuelo que tomé durante los 8 meses que estuve paseándome por el continente latinamericano.
Colombia marcó el punto de inflexión de mi viaje porque siempre me sentí como en casa, su gente me acogió sin esperar nada a cambio y ese gesto de generosidad despertó mi conciencia.
Conecté como nunca antes con la naturaleza y como si fuera el río Magdalena surqué, del Tayrona hasta el Putumayo, unos de los países más desconocidos que albergan el mayor índice de biodiversidad en el planeta. En 2008, tres años más tarde, regresé para devolverle todo lo que me había regalado y pusimos los cimientos de la Escuela Audiovisual Infantil.
Seguí rumbo al sur, viajando de noche de autobús en autobús, donde el helado frío andino a veces se colaba por sus finas ventanas. Coroné el templo Inca más famoso del mundo y justo después descubrí el segundo Chakra de la Tierra, La Isla del Sol, bañada por un inmenso océano azul de agua dulce conocido como Titicaca, y donde las puestas de Sol irradian una energía tan poderosa que tranquilizan al espíritu más indomable. El surrealismo salado de Uyuni y las noches a fuego bajo las estrellas de San Pedro de Atacama fueron la despedida perfecta de un continente que ya forma parte de la sangre que bombea mi corazón.
Australia. 20.000 Km de viaje con Wodonga and the Sunsets
¿Recordáis a Steve? El inglés de Bristol que conocí entre Laos y Vietnam un año antes. Pues nos reencontramos y decidimos comprar una furgoneta un 26 de septiembre de 2005. Para formalizar su registro tuvimos que ir hacia el sureño estado de Victoria, concretamente a la remota y diminuta ciudad de Wodonga. Y así fue como la bautizamos: ¡Wodonga!
Esa furgoneta fue nuestro templo sobre ruedas en el que recorrimos un largo paseo de aproximadamente 20.000 km y 73 puestas de sol.
Conducimos todo el perímetro del único país que es isla y continente. Traspasamos los límites del Outback, donde los colores se oxidan y los inocentes e ingenuos canguros cruzan el caliente asfalto de Eyre Highway, la más larga y solitaria autopista que deriva al infinito, mientras sortean los restos de otros animales con menos suerte que se secan bajo los ardientes rayos del Sol más imperativo que he conocido. Depeche Mode, The Doors, Pink Floyd y Ben Harper fueron la banda sonora y Wodonga siempre estaba dispuesta a bailarla.
Tomando Conciencia: Si no comunicas, no existes
Cuando comparto esta historia siempre digo que ese viaje fue como estudiar la carrera de la vida, donde aprendí a valerme por mí mismo, sin lastres ni apellidos. Aprendí el significado de egoísmo moral y encontré la fe para creer en mí mismo. Valoré más que nunca la cercanía, la amistad, saludar con la sonrisa y dedicar tiempo desinteresado.
En ese viaje, dediqué una atención especial a la mirada de los niños, quienes siempre, regalándome una inocente sonrisa, me enseñaron a viajar Tomando Conciencia.
Cuando me senté de nuevo con mis padres, me preguntaron “Y ahora, hijo mío, ¿qué vas a hacer?” Yo les contesté: “Voy a imprimir las fotos del viaje para hacer exposiciones y con el dinero recaudado, regresaré a Cambodia para construir una escuela.” Y así fue como llegó mi primer documental “A Khmer Tale” y comprendí una máxima que siempre me acompaña: “Si no comunicas, no existes”.
“La pobreza no es más que nuestra incapacidad de permitir que la riqueza descomunal de cada ser humano madure, crezca y se decida a transformar el mundo.” William Ospina
¿Y qué tiene que ver esto con Bakery?
Pues absolutamente todo. A raíz de producir el primer documental tuve claro que había encontrado el oficio al que quería dedicar el resto de mi vida. Aprendí a buscar alianzas, inspirarme en personas y proyectos reales, con el objetivo de comunicar realidades que importan. Y así fue como en Ciudad del Cabo, durante el rodaje de From the Streets to the Fields en el mundial de Sudáfrica, Luis me dijo “¿Qué te parece si fundamos una agencia creativa donde las ideas tengan el propósito de concienciar y transformar la sociedad?” Yo le respondí- “¿Dónde hay que firmar, socio?” El resto, ya es historia. Y por cierto, nos encanta compartirla con vosotros.